Melomanzanas, manzocotones
por manueldemagina
Necesitamos con urgencia reconocer y nombrar las expansiones sobre los viejos géneros literarios que se están produciendo en la actualidad. No por otra cosa que aclararnos, leer o escribir desde una conciencia sobre estas nuevas formas, ser honestos con quienes se acerquen a la escritura o a la lectura. No me voy a extender en todas, ni siquiera en una de ellas —sería una tarea ingente, mucho más para una persona no preparada en este terreno—, sino solo a compartir de un modo somero mis apreciaciones sobre un campo concreto: el de los cuentos o relatos, narrativa breve o corta. Primero aclarar que cuando digo “nuevas formas” en realidad quiero decir enfoque novedoso; ya sabemos que no existe, en puridad, nada nuevo. Enfoque novedoso, pues, pero que trastoca de algún modo los esquemas sobre los que hasta hoy se ha trabajado; que va un poco más allá, en la exploración, de lo que hasta ahora se fue. De ahí la necesidad de describirlos y nombrarlos. Por supuesto que debe haber gente preparada en la materia, docta, que ya lo estén haciendo o lo hayan hecho. No importa, esta es solo una opinión y muy personal de un lector modesto, y un lector modesto no suele estar obligado a conocer esos extremos de la erudición, lo que no quiere decir que no le gustara conocerlos.
Bien, dentro del enorme caudal literario al que hoy tenemos acceso, por un canal o por otro, fijemos la vista en el relato. Basta darse una vuelta sin salir de este país, tampoco demasiado amplia, desde Internet al papel, desde la literatura hecha por aficionados hasta la de los grandes nombres, para darse cuenta de que en el apartado relato se incluyen materiales de muy diversa condición y procedencia. Ya sabemos que relato se ha convertido en un saco, en un saco enorme, pero, en honestidad, no podemos acudir con el saco al mercado diciendo que todo lo que llevamos dentro son melocotones cuando hay melocotones y manzanas, cuanto menos. ¿No sería mejor llevar dos sacos, o más, en su caso? ¿Uno para los melocotones y otro para las manzanas? Yo creo que sí. ¿Cómo distinguimos lo que es relato de lo que no lo es? Una de las maneras más habituales (e ineficaces) es atender a la extensión. Nada más fútil. Casi es un acuerdo que por debajo de cincuenta folios mecanografiados a doble espacio y por una sola cara en letra Times New Roman de cuerpo 12 eso es relato, y de ahí hacia abajo no hay límite, con tal de que cuente una historia, así se apellide largo, corto, micro o nano. Pero ¿qué pasa cuando la intención del autor, la intención principal, no es la de contar una historia, sino la de servirse de ella como estructura, como armazón sobre el que recrear una forma, elaborar una pura forma lingüística? Esto en los cientos, miles de aficionados que pueblan Internet y llenan sus páginas con creaciones de este tipo debo suponer que es algo inconsciente. Ellos creen que es, y por eso lo llaman así, un relato, cuando en realidad han escrito un poema, bien que no esté cortado en renglones cortos. Es posible que ni siquiera sean conscientes de que la extensión es una característica que marca una diferencia de campo. Todo esto es disculpable, naturalmente, tratándose de expansiones artísticas de aficionados, pero, ¿qué pasa cuando un autor más o menos reconocido, al que ya no se puede llamar aficionado, hace lo propio? Hemos de creer que no incurre en error alguno, que es plenamente consciente de lo que hace y que, por tanto, sabe que lo que está escribiendo es una prosa poética. Si vendemos una cosa por otra o si no la llamamos claramente por su nombre, ¿no estamos equivocando al personal? No mire, yo le he dicho que me ponga un kilo de melocotones, no de manzanas (o viceversa) —puede aducir el comprador—. Y no sería muy inteligente de nuestra parte argüir que ambos tienen una forma y tamaño muy parecidos y que el nombre de los dos empieza por eme. Y no es que yo quiera conducir esta brevísima reflexión hacia la descalificación de quienes escriben obras con esta componente, todo lo contrario. Tan buena fruta puede ser la manzana como el melocotón, solo que de sabor bien diferente y me parece que hay ejemplos magníficos de escritores de narrativa corta que hacen esto, y es de alabar que así sea. Me encanta encontrármelos y los sigo en la medida de mis posibilidades. Solo es hacer notar la tontería, bajo mi punto de vista, de inducir a equívocos siendo tan fácil deshacerlos nombrando a las cosas, haciendo saber de antemano al consumidor cuál es el producto, dónde está el uno y dónde el otro. Voy a decirlo ya: eso que tan a menudo nos encontramos en un libro que se dice de relatos y tiene una intencionalidad claramente cargada hacia la forma —y esto es definitivo cuando se desarma o prescinde de la tensión narrativa—, no es otra cosa que poesía. ¿Prosa poética? Bueno, esto habría que discutirlo, y mucho. En todo caso poesía. Yo ya me atrevo (¡qué atrevida es la ignorancia!) a llamarlo “narrativa lírica”.
Pues nada, a ver qué opináis vosotros.