Beatrice

por manueldemagina

Algo me hizo sentir que mis números para ese día eran el 9 y el 1, las letras la V y la B; viajaría en tren. La mañana era una cálida de abril, despejada, deliciosa; y viajé en el vagón 111, asiento 9C; y me pregunté qué hacía allí aquella letra intrusa. Puestos a redondear, podría haberme tocado la B, asiento 9B. Cuando todavía me dejaba ir en esos juegos malabares, ya habíamos hendido la magia del primer valle de Valencia y yo miraba naranjos, huertas y agujas de campanarios blancos. Imaginaba la borrachera de olores magnificados por la bruma.

En la estación de Nord:

¡Ah, que era para ti! Yo no lo sabía, 9B. No lo sabía, pero no me importa. En absoluto. Has dicho “hola”, y me ha gustado tanto esa mirada de golondrinas negras agitadas… Me ha penetrado tanto, que hasta he inferido algo de tu carácter. ¿Y tú algo del mío? ¿Mucho? ¿Todo? No, todo no puede ser; si ni yo mismo me conozco. Ah, que tú sí; aunque no me conozcas de nada. Después, el silencio ha tejido un puente colgante entre tú y yo; laico, austero, abstemio; que se ha roto en Sant Vicenç, porque te has ido con toda tu artillería de maletas… ¡Joder—lamento para mí—, esto es solo una media suerte! ¡Ah, que habías ido al baño a cambiarte! Creo que debo pedir disculpas, porque no he dejado de estar pendiente de ti, a pesar de mi aparente estado de escrupuloso respeto. Y no es que no fuera respeto, es que no era escrupuloso. A mí me gusta esa bebida insípida como al que más. A veces, hasta me emborracho de ella y luego tengo resaca de soledades lupinas. Por esta vez le he echado una pizca de sal. No te creas, solo una pizca. Confieso que te he mirado al venir pasillo adelante, en Nord, buscando tu asiento, antes de que encontraras el venturoso 9B, de sentarte y saludarme con un hola fresquísimo y esa mirada de golondrinas negras agitadas. Le he echado otra pizca para mirar tu calzado o tus vaqueros; a tus manos, sin incurrir en descortesía, mientras no dejabas de bregar contigo misma y con el móvil. A través del puente colgante del silencio, han circulado hacia mí las percepciones de vitalidad, actividad, energía, seguridad, positividad —todas extremas—, y tres horas de tren. Tres horas con la intención respetuosa de no intercambiar palabra, y luego vuelves del baño vestida de chica asombrosa. Has sacado del bolso los cosméticos y te has pintado con una precisión robótica; un toque suave en las mejillas, una pasada sobria en los labios (ya me estoy pasando). Has echado todo el pelo hacia abajo, agachándote, y después de darle las pasadas justas de la nuca a las puntas, lo has vuelto a su posición con un tirón de cabeza hacia arriba, y a mí me venido un viento con olor a pelo limpio de mujer. Nada más que a eso: a pelo limpio de mujer; ni de champús o perfumes. Ese regalo ha sido la bala que me ha acabado de matar.
Tres horas es bastante tiempo para despejar algunas incógnitas que tengan que ver con letras y números más o menos propicios, lo cierto es que quedaban apenas unos minutos para la llegada y, sin embargo, el tren llevaba un retraso de una intolerable cantidad de minutos. Tú estabas tan agitada como yo y ninguno de los dos dejaba de mirar el reloj, y cuanto más echaba este sus agujas adelante, más agitación nos poseía. Apenas un minuto antes de bajar… Y has dicho algo. ¡Por fin —tú—, has dicho algo! Lamentando que no llegas. Que no llegas, con el retraso. Y yo que tampoco. Y viene todo después como el agua de un río que cae por la catarata: A un concierto. A un festival. ¿Cómo es tu nombre? ¿Y el tuyo? Me has mirado —nos hemos mirado—, mientras sonríes: la perfecta curva de tu nariz, la alegría blanca de tus dientes. ¡Joder, y tenemos que salir pitando! Mientras, seguimos preguntando-nos y comentando-nos. Mientras salimos por el pasillo del vagón y te sigo, arrastrando la maleta. Cuando bajamos la escalerilla y quisiera retenerte y olvidar ese compromiso (in)eludible que tengo. Cuando caminamos entre la corriente humana por el andén. Cuando enfilamos la escalera mecánica y te distancias cuatro posiciones. ¿Sabes la cantidad de páginas de novela que hemos derrochado en estos cinco minutos? ¿Sabes la cantidad de amor que se ha podido liberar en estos cinco minutos? Y no me escuchas, porque no lo voceo, salvo para mí. Y con una breve despedida desde lo alto de la escalera, te pierdes, Beatrice, escapando hacia el cielo de Barcelona.