Entrevista a seis semanas vista
por manueldemagina
—Pollo.
—Sí… pollo, claro. Un pollo, no se puede decir otra cosa.
—Pollo de granja…
—De granja, sí. Un pollo común y corriente, vamos. De a pie, eso salta a la vista.
—Hay otros “pollos”, sin embargo…
—Hombre, como haberlos, los habrá, no lo dudo.
—Dura, la vida de un pollo de granja.
—Sí, no le digo que no, pero a todo se adapta uno. Es cuestión de mentalizarse.
—Siempre comiendo…
—Sí, ¿qué mejor cosa se puede hacer que estar comiendo?
—Día y noche…
—Día y noche. Mejor así, ¿no cree? De ese modo se tiene siempre la cabeza ocupada y se evita pensar.
—Pensar es malo para un pollo…
—Malo, se lo aseguro. Malo de verdad.
—Mejor olvidarse de todo y comer…
—Mejor, sí.
—Dar vueltas a la cabeza es estúpido, además de inútil…
—Usted lo ha dicho. ¿De qué vale crisparse la cresta? De nada.
—Pero aquí viven hacinados los unos encima de los otros, en unas condiciones…
—Nada, todo está organizado, controlado. Además, somos gregarios por naturaleza, nos gusta sentir a nuestro alrededor el calor los nuestros, el calor polluno.
—Y la libertad…, la naturaleza…
—Mitos, auténticos mitos. ¿Quién quiere vivir ahí fuera bajo las inclemencias del tiempo? ¿Usted sabe lo duro que puede llegar a ser eso? Basta con ver las películas de aquella época. Lo canutas que lo pasaban aquellos pollos. Si el frío y la nieve, la lluvia; el duro invierno. El asfixiante calor del verano, que no paras de boquear. Siempre con la angustia encima; si encuentro de comer ese día o no, expuestos a que cualquier depredador te eche el guante y acabe con tus días antes de tiempo. ¿Usted sabe la cantidad de fatigas y peligros? No, mejor no, mejor así como estamos. Los mitos lo pintan todo de color de rosa; que si la existencia alegre, lo maravilloso del aire libre, con sus campos, sus flores, sus arroyos; el libre albedrío, la felicidad… Todo mentira.
—Pero y la familia…
—¿La familia? La familia no da más que disgustos al individuo. Nada, la familia el compañero de un lado y el compañero del otro; y cada uno en su sitio y fuera problemas.
—Pollos en serie…
—Pues mire, sí, todos iguales, pero eso evita las peleas, los conflictos. Aquí todo es paz y después gloria.
—Pero… ¿y el amor?
—¡Oh, el amor! ¿Y qué es el amor? ¿Me lo podría decir usted? Una gilipollez como una catedral. Nada, una tontería, un resfriado pasajero. Una gripe, si me apura, con unas complicaciones de la hostia. ¿Usted sabe la cantidad de desgraciados que hace el amor? Pilas de desgraciados.
—¿El sexo…?
—El sexo, otra tontería aún más gorda. Media vida penando para conseguir un calambrito de esos; disgustos, enfrentamientos, peleas con unos y con otros, por un minutito de nada. ¿Usted sabe la cantidad de violencia que genera el sexo? No merece la pena, se lo aseguro. Menos aún teniendo en cuenta que todo esto de la reproducción está resuelto por la ingeniería genética. Todavía si el sexo fuera como el comer, pues a lo mejor…
—¿Un no parar, quiere decir?
—Claro, un no parar y cosa sin conflicto, como el comer.
—Ya. ¿Y del matadero? ¿Qué opina del matadero?
—¿Del matadero? Bueno, del matadero qué le voy a contar… Que de algo hay que morir.
—Y acabar desplumado, encima de un mostrador…
—Como acabamos todos, al fin y al cabo.
—Vendido al peso…
—Sí, ¿qué más da? Ya sabemos que somos carne de cocina.
—Frito o asado…
—Eso que cada uno lo elija.
—Pues parece mentira, señor pollo… Hace seis semanas que hablamos por primera vez para concertar esta entrevista y ya la hemos terminado.
—Sí, es cierto, cómo pasa el tiempo. Toda una vida.